Ejemplo 24

Ejemplo 24

Fiesta en el palacio de “Las Dueñas”, 3 de mayo de 1927, La Época, p. 1.

EN HONOR DE LOS PRINCIPES INGLESES
Fiesta en el palacio de «las Dueñas»

Sevilla, abril.


Difícilmente podría el cronista satisfacer su deseo de reseñar todas las fiestas sociales que se han celebrado en Sevilla estos últimos días con motivo de la visita de los Reyes y de los Príncipes ingleses. Ni el tiempo ni el espacio son suficientes para complacer al afán de anotar, siquiera con brevedad, las impresiones y emociones que el espíritu guarda de fiestas tales.

Pero hay una que por su belleza no puede quedar recluida en el archivo de la imaginación. El recuerdo que de ella conserva el cronista pugna por manifestarse en la crónica.

Nos referimos a la fiesta que los duques de Alba ofrecieron en el palacio de las Dueñas en
honor de los Reyes y de los Príncipes ingleses, y a la cual fueron invitados aristócratas, ministros, diplomáticos, autoridades, personalidades extranjeras, selecta representación, en fin de la
Sevilla, españolísima y cosmopolita al propio tiempo, de estos días.

A las nueve y media de la noche llegaron a las Dueñas Sus Majestades y los Príncipes ingleses, acompañados por el duque de Miranda, marqués de Bendaña, duquesa de San Carlos, marqués de
Narros y el capitán de fragata señor Cincúnegui, ayudante del Rey. A la entrada del palacio, los esperaban los duques de Alba.

Pasaron al comedor alto de la casa, donde les fué servida la comida con la exquisitez proverbial de la casa de Alba. Con los Monarcas españoles y sus huéspedes los Príncipes británicos, y los dueños de la bella mansión que fué un día de doña Catalina de Rivera, sentáronse a la mesa mistress Chriton, el mayor Torr, la Princesa de Metternich, el marquée de Pons, el duque del Arco, la señora de Anchorena, acompañada de sus hijas Leonor y Chita, como bella representación de la aristocracia argentina que hacía evocar
el agasajo con que fué recibido el Príncipe de Gales en su reciente visita a Buenos Aires; la duquesa de Santoña, la de Dúrcal, el coronel inglés señor Trotter, los duques de Aliaga, la marquesa de Villanueva y el conde de Maceda, entre otros.

La servidumbre, de frac azul y calzón corto, sirvió diligente, mientras el sexteto Castillo y el «jazz-band» del trasatlántico «María Cristina» alternaban sus músicas en el magnífico comedor que decoran valiosas pinturas, entre ellas un lienzo de Ribera y los retratos de la Emperatriz Eugenia y de la duquesa de Santoña, debido este último al prestigioso pincel de Sotomayor.

A las once y media comenzaron a llegar los invitados a la gran fiesta nocturna. En la noche abrileña, tibia, cargada de todos los aromas, de los jardines sevillanos, fuese llenando la mansión de los duques, que aparecía engalanada y radiante, bajo el dosel de un cielo maravilloso, Los Infantes Doña Luisa y Don Carlos con su hija Isabel Alfonsa y su hermana política la duquesa viuda de Móntpensier; los Príncipes Don Carlos y Don Gabriel de Barbón, el jefe del Gobierno y los ministros, el gobernador civil y el militar, el alcalde y demás elemento oficial de invitados; damas de la aristocracia sevillana y de fa madrileña; selecta representación extranjera, entrevia cual figuraban los señores de Noel, director de Bellas Artes de la Argentina.

Entre la concurrencia, además de las ya citadas, las duquesas de Zaragoza, Almenara Alta y Montellano; Marquesas de Villafranca, Aranda, Someruelos, Távara, Villamiranda, Arco Hermoso, Benaniejí, de los Sóidos, Urquijo y Pierre d’Arcangües; Condesas del Puerto, del Castillo del Tajo, de las Torres de Sánchez Dalp y de Bustillo; y Señoras y señoritas de García del Cid, Ascarza, Delgado Brackenbury, Barea, Maestre, Gómez Acebo, Benjumea, Orozco, Pidal, Lastra, Domecq, Diez Hidalgo, Pinar, Alvarez Daguerre, López e hijjas, Nélida y Alcira, Verea, Vázquez Armero, viuda de Lombillo, Harriet, Arellano, Huertas, Alarcón, San Felices, viuda de Ramos e hijas, Tavira, Arbilla, Gayan, mistress Astor y mistress Wilson, y tantas más.

¡Fascinador conjunto de bellezas femeninas! La Reina, de traje blanco y blanco mantón, acompañada de la duquesa de Alba, que lucía uno color marrón bordado en verde y blanco, paseaba por el jardín, en uno de cuyos rincones estaban las típicas freidoras de buñuelos, gitanas tan célebres como Encarnación Vega, modelo de pintores y escultores, y su prima ¡a hermana del torero «Gitanilio de Triana».

Visión de cuento oriental era el jardín contemplado desde las galerías altas del palacio. Miles de lucecitas como luciérnagas, como gotas de luna caídas sobre las flores, hacían pensar en el capricho de un mago pintor. Unos invitados discurrían por aquel paraje de encanto; otros bailaban en el salón bajo, de cuyos muro» pendían preciosos gobelinos; quienes optaban por el espectáculo del baile y cante flamenco y se refugiaban en otro salón del piso alto, donde Soledad la «Mejorana», la famosa bailadora, y Antonio Chacón, el gran cantador, hacían, desde un tablado dispuesto al efecto, la delicia de la concurrencia. Las
manos maestras de Montoya iban dejando caer los graves ritmos de la guitarra.

Una novedad podían admirar los conocedores de la casa: el artesonado de la escalera principal, de gran valor artístico, que los duques trasladaro no hace mucho de un viejo palacio, constituye ahora un inapreciable detalle más del palacio de las Dueñas.

Después de la una se sirvió espléndida cena. El Rey se retiró al Alcázar mientras la Reina permaneció poco tiempo más en el baile. Fiesta verdaderamente señorial en que los duques de Alba, con su fino sentido del arte, supieron mezclar lo popular con lo noble. Y así pudieron confundirse loa discreteos mundanos con los ritmos del pueblo, y el faralá de la gitana pudo rozar el atavío de la gran señora, contraste
que parece encontrar su símbolo en el escudo del duque que hay en el arco de la entrada del
palacio de Las Dueñas, prócer emblema forjado por los artistas de la cerámica trianera.

Los primeros resplandores del alba se extendían por el azul infinito pálidamente, tímidamente, como si quisieran asomarse a contemplar la fiesta de maravilla, sabiendo que con su luz iban a ahuyentarla, a desvanecerla, como un sueño…

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